domingo, 30 de enero de 2011

CAPITULO 6

HAS SIDO TÚ

Jesús notaba la humedad en su hombro, provocada por las lágrimas de Milagros. No existía explicación alguna, ni consuelo, ni alivio. No había ni una sola respuesta.
El padre de Juan estaba en camino. Julio trabajaba como comercial de telefonía móvil, teniéndose que desplazar cada cierto tiempo a otras ciudades. No le quisieron avisar por el tema de las piedras, ya que prefirieron no asustarle, pero esta vez, la gravedad de la situación cambió esa decisión.
La herida que tenían todos en el corazón no tenía pinta de cerrarse pronto, amenazando con segur abierta de manera indefinida.
Los chicos estaban abatidos en el salón de la madre de Juan. Esa mañana de domingo se convirtió en el peor día de sus vidas, sin ni siquiera sospechar lo que pasaría más adelante.
Raúl, parecía estar recopilando toda la información en su cabeza, en silencio, convirtiendo su mirada en una dimensión vacía e intrigante. Sin duda, la inteligencia de Raúl era la que más cerca estaba de poder enlazar unos hechos con otros.
Noel le conocía muy bien, sabía que tras ese rostro con gafitas y barba, se escondía una astucia fantástica y una intuición infalible. Aunque en realidad, todos lo pensaban de Raúl.

El teléfono fijo de la casa de Juan sonó de repente, consiguiendo que todos se levantaran de sus respectivos asientos.
Milagros con ímpetu tembloroso, contesto, encontrándose al otro lado, una voz grave, con tono serio. Era el sargento Lerma.
La cara de Milagros se iba transformando poco a poco, mientras buscaba una silla para sentarse. Parecía que lo que le estaba contando Lerma, era más a menos tranquilizador. La mujer asentía levemente con la cabeza dejando al grupo con un gesto expectante y esperanzador.
De pronto el gesto de aquella mujer cambió por completo y se llevó la mano a la boca, dejando escapar un suave sonido a modo de sorpresa. Miró fijamente a los ojos de Jesús mientras una lágrima se dejó caer por su cara.
Apartó el auricular de la oreja, apoyándolo sobre sus rodillas y dijo:

“Han conseguido encender el teléfono de Juan y han localizado la llamada. Fue desde un móvil de la compañía MoviStar y la llamada se realizó desde el barrio de Chueca. El móvil era de recarga y fue comprado este pasado viernes en una tienda de Ventas. El cliente es totalmente anónimo, pero si vuelve a llamar desde ese terminal, o manda algún mensaje, estarán alerta para localizar la llamada lo más rápido posible.”

A Jesús le sorprendió la rapidez y la eficacia de la gente de aquella comisaría, en especial del sargento Lerma, el cual no vio demasiado interesado en el tema cuando fueron a contarle lo sucedido.
No consideraba aquella noticia como algo bueno, pero si como algo esperanzador para al menos, localizar a la persona que se había llevado a Juan.
Tocaba a partir de ese momento esperar a recibir nuevas noticias de la policía, con alguna localización del indeseable que tenía al novio de Jesús.
La tarde del domingo se hizo eterna, el llanto lejano de la madre de Juan se escuchaba por toda la casa y la indignación que tenían todos era palpable en el ambiente.
Entre tanta tristeza, a Daniel se le ocurrió la idea de ir a su casa de Ventas, para recoger las pruebas que anteriormente, Raúl había conseguido y las notas amenazadoras. Les pareció en ese momento una buena idea, ya que de algo le podría servir a la policía.
A toda velocidad, Daniel se marchó de Fuenlabrada en busca de ayuda para su amigo desaparecido, aunque solo fuera información bajada de Internet.
El vagón del Metro parecía que apenas se movía, una estación de otra parecía estar separada por decenas de kilómetros. Estaba claro que el tiempo en la cabeza de Daniel parecía ir más lento según iban avanzando las paradas.
Los domingos, el Metro funciona peor, hay menos trenes y pasan cada más frecuencia, provocando en Dani un malestar y un ataque de nervios fuera de lo normal.

Eran las 15:30 de la tarde del domingo cuando Daniel salió por la boca de Ventas, cansado de tanto trasbordo y tanto dominguero del transporte público. Caminó rápido hacía su casa, pensando en el sitio donde se escondían las notas. Cruzaba casi sin mirar por el barrio, provocando sonoras pitadas de los impacientes conductores.
En una de las calles le paró una compañera del hospital donde él trabajaba. Enseguida notó la impaciencia de Daniel y la cara de desesperación, pero aún así le entretuvo un rato contándole novedades del sindicato de enfermeros y de cotilleos varios de compañeros.
Dani no estaba por la labor de aguantarla ni un minuto más, así que con mucha educación pero con gesto serio, cortó la charla de su compañera y continuó la marcha hacía su casa maldiciendo aquel encuentro inoportuno y desafortunado.
La distancia del Metro a su casa no era tanta, pero toda la ciudad parecía haberse puesto de acuerdo para ir más y más lento a su paso, alargando las aceras y frenándole el paso.
A falta de 2 calles para llegar a su casa, su teléfono móvil sonó:

“Vaya vaya Daniel... ¿Cómo tú por aquí? ¿Te has perdido...? Si quieres te puedo ayudar. No tienes más que avanzar hacia tu casa, quizás vuestro desaparecido esté dentro.”

Daniel no podía cerrar la boca en ese momento de la impresión, su reacción fue mirar la pantalla de su teléfono, que parecía seguir guardando esa llamada. No pronunció una palabra, entre otras cosas porque no fue capaz de segregar una gota de saliva. Sin pensárselo dos veces, empezó a correr hacía su casa compartida con el corazón a punto de salirse de su pecho. La idea de tener a Juan en su casa le producía por una parte esperanza, pero por otro un horror espantoso e inexplicable.
Torció la esquina y avanzó hacia su casa, pero su carrera se frenó cuando dos agentes de la Policía Nacional, le pararon en seco frente al portal.

“¿Es usted Daniel Castro Rubio? Facilíteme su carné de identidad, por favor.”
Daniel no acababa de recuperarse de la llamada, cuando el segundo imprevisto del día se ponía delante de él.
Como le pidieron, sacó el DNI de su cartera y mirando fijamente a los ojos de uno de los policías lo entregó.
Una vez hecho alguna anotación, Daniel quiso preguntar el por qué de aquello, cuando a su espalda un ruido le hizo girarse contemplando una imagen que le dejó completamente helado.
Juan bajaba en una camilla inconsciente con 2 personas del SAMUR cargándole. Iba tapado hasta el cuello, tenía media cara amoratada, en la frente tenía una cicatriz y un corte en la ceja.
Intentó por todos los medios aproximarse a la camilla, pero los policías le agarraron del brazo con fuerza, bloqueando cualquier intento de aproximarse a Juan.
No sabía qué estaba pasando, intentó soltarse, pero los agentes aplicaron aún más fuerza hasta hacer desistir a Daniel en el intento de acercarse a la camilla donde estaba su amigo.

“No intentes disimular, ni te hagas el sorprendido Daniel. Sabemos muy bien lo que has hecho con este chaval. Alguien nos ha alertado de que en este piso había una persona que había desaparecido en la madrugada. Lo más sorprendente es que hayas tenido la cara dura de declarar en una comisaría como si no supieras nada. Móntate en el coche, ya hablaremos largo y tendido cuando lleguemos.”

Todo lo que estaba pasando era subreal, a Daniel no le salían las palabras. Él no había hecho nada, sería incapaz de dañar a una hormiga. Es más, cuando ocurrió todo, él estaba junto a los demás bailando en el Púb.
Con estos argumentos intentó convencer a aquellos rudos y bastos policías que le miraban en aquel cuarto tan pequeño.
Una luz cegadora colgaba del techo produciendo sombras realmente tétricas. Estaba sentado frente a una vieja y sucia mesa redonda, como si estuviera en la peor de las cárceles orientales. Delante de él, los dos policías, le miraban con rabia y furia.
Le pusieron delante unos documentos y a escasos centímetros de Daniel, uno de los policías le dijo en tono irónico lo mal que le había salido el jueguecito y que había dejado demasiadas pistas torpes e imprudentes.
Daniel cada vez entendía menos aquella situación. Se agachó para leer las hojas que le había acercado el policía y una sensación de agobio le dejo la sangre congelada.
La llamada realizada a Juan la pasada madrugada había salido de un móvil de prepago de MoviStar adquirido el pasado viernes. Pero lo más sorprendente era que el cliente que compró el pack, era él mismo. Lo ponía muy claro: “DANIEL CASTRO RUBIO”. Había pagado con tarjeta.



Lo primero que hizo fue mirar si tenía todas sus tarjetas en la cartera, pero al momento se dio cuenta que faltaba una. La que habían usado para comprar el terminal. El número de tarjeta que aparecía en aquel impreso le situaba en la tienda y le acusaba directamente de ser el dueño del número que llamó a Juan.
El nudo en la garganta era cada vez mayor. No sabía cómo había pasado algo así, quién le había quitado la tarjeta y sobre todo, le preocupaba profundamente la opinión de todos los demás.
El policía en ese momento le quitó aquellos folios de delante, diciéndole que ya había leído suficiente. Y el ultimátum fue breve pero conciso, más vale que diera ya una explicación a todo aquello o se podía preparar para dormir con algún que otro raterillo de tres al cuarto en el calabozo.

Jesús estaba preocupado por la tardanza de Daniel. El teléfono de su casa daba tono pero no respondía nadie y el móvil apagado o fuera de cobertura. La madre de Juan intentaba por todos los medios poner calma en la situación. Parecía mentira que la persona más perjudicada en el asunto, fuera la más cuerda y tranquila en ese momento.
Aunque la tranquilidad saltó por la ventana cuando sonó el teléfono de Milagros. Juan estaba en el hospital.

Los ascensores de La Paz estaban en revisión, provocando ira y resignación en todos ellos. Llegaron a la habitación lo más rápido que pudieron, aunque los únicos que entraron fueron Milagros y Jesús.
Con una pequeña venda en la cabeza y la cara con varios cortes y moratones, la imagen de Juan se presentaba ante sus ojos. Una enfermera le estaba sacando sangre cuando entraron, y les miró con ojos de tristeza y salió en cuanto pudo de la habitación.
Dos interminables lágrimas resbalaron por la cara de Jesús, que competían con las de su madre, abatida al pié de la cama de Juan.
Qué le habían hecho. Era algo que no entendía Jesús. Al menos estaba relativamente bien, delante de ellos en un hospital, pero dormido y lleno de contusiones.
El gesto de Juan era tranquilo, parecía que dormía plácidamente, sin ningún miedo aparente. Para Jesús su rostro, por muy magullado que estuviera, era maravilloso y lleno de expresión. En ese momento, el amor que sentía por él le dio fuerzas para aguantar la situación y ser fuerte.
Un médico entró para darles alguna explicación, pero la curiosidad se convirtió en sorpresa cuando les dijeron donde había aparecido y quién era el principal sospechoso de todo aquello.

2 comentarios:

  1. Hola que tal , vi el aviso de tu hermano y me he dado una vuelta. Encantado de conocerte.no sotros estamos aquí, si quieres participar tiambien puedes, y te unes a tu hermano, al que hemos metido en un autobus, camino de aceuchal. nos leemos
    http://extremadurazombi.blogspot.com

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  2. Igualmente. Muchas gracias por seguir mi blog. Un saludo.

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