sábado, 26 de febrero de 2011

CAPITULO 10

DEMASIADO LEJOS

Camino de Aranjuez, Raúl recordaba la noche en la que presentó a Jesús y Juan.
Una leve sonrisa se advertía en su rostro viendo en el interior de su mente esas escenas.
El paisaje era precioso, todo lo que había a los lados de la carretera era muy diferente al Madrid que estaba acostumbrado a ver.
Al entrar en Aranjuez, pronto divisó los Jardines del Príncipe, muy conocidos en toda España por su majestuosidad.
Al compartir piso con Daniel, sabía el nombre de la calle donde vivían sus padres, pero desconocía el número de la casa. Entró con el coche en la calle de la Florida, paralela a la Antigua Carretera de Andalucía, hasta llegar a su destino, la calle del Gobernador.
Redujo bastante la marcha para intentar averiguar cual era el chalet de los padres de Dani, aunque su búsqueda no fue larga, ya que, desde el interior del muro de uno de los chalets de la calle, estaba apoyado Daniel, serio, despeinado y con barba de varios días.
Al detener el coche, un Opel Astra azul metalizado, Daniel levantó la mirada abriendo los ojos de par en par al contemplar el rostro de su amigo.
Raúl aparcó justo delante del chalet, se bajó del vehículo y se aproximó a Daniel.
Durante 30 segundos, ninguno de los 2 pronunció palabra alguna. Se escuchaba al fondo el ladrido de un perro y el arrullo de varias palomas que estaban a pocos metros de allí.
El silenció lo rompió Raúl al decir:

“…Yo te creo…”

Daniel sentía ganas de llorar, la emoción que le había producido esa frase le desbordaba. No le hacía falta escuchar más, al menos uno de sus amigos, creía en él.
En ese momento pensó que no era buena idea dejar pasar a Raúl, así que le dijo a su amigo que esperara en la esquina para intentar reunirse con él.

Una vez en el interior del chalet, Daniel empezó a disimular pasando delante de sus padres y de Mansilla, el cual refunfuñó como un perro cuando gruñe a un extraño.
Desde el umbral de la puerta, Dani intentaba percibir una distracción general de sus progenitores y del antipático abogado familiar para abrir sigilosamente la puerta de la calle y salir para reunirse con Raúl.
La operación duró 10 minutos, pero logró salir sin que sus padres se dieran cuenta.

Raúl le esperaba en la esquina de la calle del Gobernador con la calle de Stuart, impaciente y con el corazón acelerado.
Los 2 comenzaron a andar de nuevo hacia el coche de Raúl sin hablarse. Rápidamente subieron y partieron rumbo a Madrid capital para poder hablar tranquilamente.
Dentro del coche, mientras subían por la Carretera de Colmenar de Oreja, hacia la Autovía del Este de la Carretera de Valencia, Daniel le preguntaba a su amigo por los hechos, por la reacciones de los chicos y sobre todo por el estado de Juan.
Raúl contestaba a todo cuanto preguntaba Daniel, pero no podía evitar sentir miedo por si le involucraban a él en el tema del secuestro al haber estado con el principal acusado.
……

La reunión en la casa de Milagros había finalizado al poco de irse Raúl, ya que la armonía y poca tranquilidad se habían esfumado. Jesús era el único que estaba en la casa, junto a Juan.
Decidieron encender la televisión para ver si veían algo interesante, pero Milagros optó por alquilar una película de vídeo y verla los 3 solos, tranquilos y sin agobios.
Así que la pareja bajó a la calle con el carné del videoclub la madre para buscar una buena película que les hiciera reír durante un par de horas.

……


Daniel estaba muy desmejorado. Raúl no hacía más que mirarle de reojo para ver su estado de dejadez y abandono. Daniel normalmente vestía de una manera muy discreta, siempre de gris o negro, pero conjuntado y elegante. En ese momento llevaba un chándal morado y azul que le quedaba enorme y deportivas que en su día fueron blancas con algún que otro roto.
Estaba despeinado y la barba de varios días poblaba su apagada cara. Ante esa imagen, Raúl en su cabeza reconocía que no le quedaba mal y que le daba cierto morbo.

A punto de incorporarse a la Autovía del Este, un coche apareció justo detrás de ellos colocándose paralelamente a Raúl. Éste no podía ver quien conducía, ya que llevaba un pasamontañas y gafas de sol.
Daniel se moría de miedo en ese momento y Raúl trataba de controlar el coche como podía.
Eran más de las 22:00 horas y la luz del día aún aguantaba, ya que era verano, pero el cielo estaba completamente rojo por el inminente atardecer.
El coche rojo que los estaba intentando echar de la carretera era mucho más potente que el Opel Astra de Raúl.
Ningún coche circulaba por la zona excepto ellos, con lo cual, la opción de pedir ayuda se esfumaba en la cabeza de ambos.
Un brusco volantazo hacia la derecha sacó a Raúl de la carretera, haciendo que se metieran en un terreno de cultivo a gran velocidad.
Raúl había perdido el control del coche y Daniel se tapaba la cara presa del pánico.
Un último derrape, seguido del vuelco del coche paró la angustiosa agonía de ambos amigos, dejando un estremecedor silencio roto solamente por el sonido de los cercanos grillos.

……

Milagros preparaba palomitas de maíz en su casa, mientras hacía unos sándwiches de jamón y queso en la sartén.
Por fin tenía la mente distraída y tranquila, después de varias semanas aterrada.
El timbre de la calle sonó y la mujer acudió a abrir.
“Abre Milagros, soy Jesús, que Juan no se bajó las llaves”.
Milagros, extrañada por la rapidez que habían tenido en alquilar la película abrió la puerta del portal y salió al recibidor a esperarles. Pensaba en lo rara que había sonado la voz de Jesús por el telefonillo de la calle, aunque a veces era normal, ya que distorsionaba mucho las voces.
Nadie subía, ya habían pasado 2 minutos y ella vivía en un primero. Decidió mirar por la mirilla. Nadie.
Extrañada abrió la puerta de su casa para asomarse al descansillo de la escalera, pero no se veía a nadie. Todo estaba en silencio. Pensó que se les había olvidado algo en el videoclub y que habían regresado a por ello, a si que sacó su móvil del pantalón y decidió llamar a su hijo para ver si todo iba bien.
En el momento que se acercaba el teléfono a la oreja, una mano negra apestando a cloroformo se abalanzó contra ella haciéndola entrar en casa de golpe.

……

El coche rojo seguía parado en el arcén de la carretera, sin luces, pero con el motor encendido.
La persona que lo conducía se bajó del mismo y avanzó a través del campo para ver el estado en el que estaban los ocupantes de aquel Opel Astra.
Al llegar a la altura del vehículo sacó una gran piedra del bolsillo y la estampó contra una de las lunas que quedaba sin romper. Atado a la piedra, un sobre blanco atado con cinta aislante traía una nueva nota.

En el interior del coche, Raúl, atado al cinturón de seguridad y con el airbag fuera, trataba de zafarse como podía de sus ataduras. Al estar algo gordo, le resultaba muy complicado salir de allí. En cambio Daniel, más ágil que su amigo, salió del coche sin problema.
Una vez fuera del coche comprobaron que no se apreciaban demasiados daños, aunque, al estar volcado, no se veían bien los desperfectos del lado izquierdo, ya que era el que estaba en el suelo.
Daniel no hacía más que gritar y maldecir su mala suerte, en cambio Raúl miraba a la carretera como en un intento de divisar el coche rojo que les había echado de la carretera. Esto había llegado demasiado lejos.

……

Jesús había convencido a Juan para alquilar una película de animación que ya habían visto, pero que le apetecía volver a ver para distraerse con sus tonterías.
Juan pensaba que esa película no le gustaría a su madre, pero por 1 día haría una excepción.
Entraron en la urbanización donde vivía con sus padres entre risas y gestos de complicidad. Usaron el ascensor, aunque fuera solo para un primer piso, con la excusa de besarse sin tener que estar mirando alrededor.

Juan saca la llave de su casa y los dos pasan dejando la película encima de la mesa del salón.
Las palomitas sonaban dentro del microondas, al igual que apreciaban el olor de los sándwiches calientes. Juan entró en la cocina para decirle a su madre la película que habían alquilado, pero allí no estaba. Fue de nuevo al salón, cogió del brazo a Jesús y le dijo que su madre no estaba.
Éste para calmarle, le dijo que se habría ido a comprar cualquier cosa de urgencia a la tienda de los chinos de la esquina, pero algo de decía a Juan que no era así, que allí había pasado algo.
Corrió a la habitación de sus padres y al encender la luz emitió un grito ensordecedor que hizo levantase a Jesús del sofá.

……

El móvil de Daniel sonaba mientras Raúl llamaba a un servicio de asistencia en carretera. Eran sus padres:

“¿Dónde te has metido Daniel?, se supone que no tienes que salir de casa para absolutamente nada, ¿me oyes?, ¡¡PARA NADA!! Vuelve inmediatamente a casa que no están las cosas para que te vean por ahí los vecinos, además Don Antonio Mansilla quiere hacerte unas preguntas”.

Daniel aguantándose las lágrimas tragó saliva y contestó a su madre:

“Creo que no voy a volver, es más, no puedo volver. Te llamaré mamá, te lo aseguro, pero esto tengo que solucionarlo yo solo”.

Al otro lado de la línea, la madre de Daniel se giró con la boca abierta hacia su marido y le contó lo que le había dicho su hijo.
En ese momento, Mansilla interviene con uno de sus gestos más severos:

“Señores, me parece que aquí acaba mi papel, sin el chico no está en casa, se esfuman las posibilidades de ganar. Avísenme cuando regrese, si es que lo hace…”.

CAPITULO 9

LEJOS DE LA CALMA

Había pasado casi una semana de aquel acontecimiento. La temperatura seguía siendo asfixiante y la tensión poco a poco perdía fuerza.
Era viernes por la tarde y el cansancio amortiguaba las preguntas y la confusión.
El pasado miércoles, Juan había salido del hospital con sus padres. Carlos, el marido de Milagros consiguió llegar a Madrid el lunes por la tarde para ver a su hijo, aunque se tuviera que volver en esa semana de nuevo.
Milagros preparaba un té para Noel, Jesús, Iñigo, Raúl, Víctor, Miguel y para su hijo. Su marido se había marchado hacía ya unas horas de nuevo a Palma de Mallorca para continuar con su trabajo.
Raúl miraba de reojo a Víctor, con una absoluta desconfianza. Estaba muy preocupado por la situación de Daniel. Admitía que Víctor había dado un giro radical en su actitud, y eso en el fondo le gustaba, pero no acertaba a adivinar, si por esa predisposición a ayudar pediría algo a cambio. Para Raúl él era un interesado y los favores nunca venían a cambio de nada.
Miguel, como siempre, aunque presente en el salón de Juan, estaba con la mente perdida, quizás pensando en lo que había cenado el día anterior o quizás dándole vueltas a la cabeza por los últimos acontecimientos. Él era así, distraído, pensativo y sobre todo, muy rarito.
Sobre la gran mesa del salón, donde en su día reposaban las piedras con las notas, el mejor juego de té de aquella casa presidía la tarde. Cada uno con su taza ya en la mano conversaba animadamente con el de al lado sin llegar a alcanzar una única conversación, hasta que un leve carraspeo unido a un tono grave de voz dejó la estancia en silencio.
Raúl, con gesto serio pidió disculpas a Milagros y dirigiéndose a los demás comentó:

“¿Alguien se está acordando de Daniel ahora mismo?”

En ese momento se creó un silencio aun más profundo que cuando había empezado a hablar, así que continuó diciendo:

“¿No? Pues es una verdadera pena ¿sabéis?, porque yo le echo de menos alrededor de esta mesa. Me hace falta su opinión, su risa, su compañía, su apoyo… Desde que salió bajo fianza el martes nadie le ha llamado, nadie se ha interesado por su estado de ánimo. Y por supuesto, nadie parece creer en su inocencia. Juan, Jesús, ¿Cómo sois capaces de pensar en su culpabilidad?
Para mi está más que claro que alguien le ha tendido una trampa para tener entretenido a todo el mundo. Yo le creo… y pienso seguir manteniendo esta postura porque es mi amigo. Estoy seguro que esto no va a acabar aquí.
Podéis seguir con vuestra animada charla, yo me voy a que me dé un poco el aire, aquí no hay quien respire.”

Pidiendo disculpas a Milagros, Raúl salió de la casa aguantándose las lágrimas, no solo echaba de menos a Daniel, sino la unidad del grupo de amigos, que fácilmente se quebrantaba.

En Aranjuez, Daniel paseaba por el jardín del chalet de sus padres. Era enorme, con varias figuras de enanitos dispersados por la hierba, ciervos hechos con madera tallada e infinidad de plantas y flores de todas las formas y tamaños posibles.
En su paseo, observaba como el jardinero de la familia mimaba los rosales, los podaba con cuidado y seleccionaba la mejor rosa para la matriarca de la familia.
Daniel no había querido volver a su piso de Ventas, por muchísimas razones, aunque eso hubiera significado regresar al lugar de donde salió corriendo hacía 3 años.
En el interior del chalet, Antonio Mansilla y los padres de Daniel ultimaban los últimos detalles de la defensa y se afanaban con diversas llamadas para averiguar si el juicio podía adelantarse para ahorrarse más quebraderos de cabeza.
La madre de Juan, como era previsible había presentado una demanda a Daniel en el que se le acusaba de amenazas, secuestro y agresión, tanto física como mental.
Daniel, con la cabeza al borde de la locura, se sentó en el césped de su jardín y rompió a llorar. Mantenía su inocencia, Lerma y Mansilla habían sido muy duros con él, aunque lo que más le dolía era la frialdad con la que le habían tratado sus padres.
Por desgracia, estaba incomunicado, no tenía móvil, ni ordenador y le habían prohibido usar el teléfono fijo de sus padres.
Daniel seguía buscando rostros en su memoria en un intento de encontrar el del agresor, pero solo encontró un vacío horrible, en el cual llevaba metido mucho tiempo.

En un parque cercano a la casa de Juan, Raúl miraba como jugaban los niños mientras estaba sentado en un banco. Reinaba una total tranquilidad entre los árboles, solamente alterada por las risas y los juegos de los niños.
Quería ayudar, pero no sabía como. Su amigo Daniel estaba solo, acusado de algo tan grave como el secuestro de un amigo y por otro lado estaba Juan, el secuestrado, víctima, según las pruebas, de Daniel.
La situación era desesperante. Daniel vivía con él y Juan había aparecido en su propia casa.
Cuando entró la piedra en el salón haciendo añicos el cristal de la puerta de la terraza, Daniel estaba en la casa, con lo cual, él no podía haber sido.
Según parece, esa coartada ya había sido usada ante Lerma, siendo la única prueba de inocencia de Daniel. Aunque se había llegado a comentar, que podía haber pagado a alguien para lanzar las piedras mientras estaba en la casa, para que no sospecharan nada de él en el futuro secuestro.
Raúl sabía que los padres de Daniel vivían en Aranjuez, así que se levantó del banco y se dirigió al coche rápidamente para ver y dar apoyo a su amigo.

sábado, 12 de febrero de 2011

CAPITULO 8

EL QUE DICE LA VERDAD

Lerma fingía no estar preocupado por aquel chico, su rostro mostraba frialdad y dureza, tanta que a Daniel le provocaba desesperación e impotencia.
En aquella pequeña estancia, el sargento le informó del estado de Juan y de la situación en general. Daniel pensaba que al menos Juan estaba despierto y que su estado no era grave. Ahora su preocupación era otra. Iba a pasar la noche en aquel rincón lleno de suciedad sin que se pudiera demostrar su inocencia.

Pasadas unas horas, la policía consiguió localizar a la familia de Daniel para informarles de la situación y sobre todo para buscar un abogado que pudiera defender al chico. Daniel, vivía independizado porque su relación con los padres no era buena. Eran ya 3 años los que hacían desde que Daniel hiciera su maleta y se fuera de casa, no soportaba las broncas entre sus padres y los desplantes continuos de su hermana pequeña.
Le resultaba es ese momento muy duro volver a estar con ellos después de 3 años sin verles y además en esas condiciones. En todo ese tiempo, varias llamadas y algún correo electrónico habían sido los únicos contactos con sus padres.
Antes de que llegara la familia de Daniel a aquella comisaría, Lerma se encargó de informar al muchacho de los últimos detalles del estado de Juan.
Una vez ya fuera de la celda, mientras entraba de nuevo en la sala mugrienta frente a la mesa redonda, Lerma le mostró un papel con gesto severo. Daniel miró al sargento fijamente, pero ya no encontró la mirada de antes, esos ojos que parecían querer demostrar su inocencia ahora eran profundos y convencidos de su culpabilidad.
Frente a él la hoja que reposaba en la mesa aportaba un dato que le derrumbó. Juan había sido dormido con anestesia, con lo cual, aumentaban muchísimo las sospechas contra él, debido a su trabajo como enfermero en un hospital.
Daniel estaba totalmente abatido, tenía ganas de derrumbarse delante de aquel papel, pero intentó mantenerse firme y sereno. En su cabeza se repetía una y otra vez la palabra “anestesia” y pensaba en la inteligencia del que lo había planeado todo. Incluso llegó a esbozar alguna que otra leve sonrisa provocada por la astucia de lo desconocido, de lo subreal, de lo inimaginable.

La mañana del lunes se abría camino ante Daniel destrozando cualquier oportunidad de conciliar el sueño. Hacía ya 3 horas que se habían marchado sus padres, histéricos, pero preocupados por la situación de su hijo.
El abogado llegaría a media mañana y con él, el beneficio de la duda.

En el hospital, Juan miraba por la ventana de la habitación haciendo tremendos esfuerzos por recordar un mínimo detalle de lo ocurrido el fin de semana, pero a su memoria solamente le llegaba la imagen de la desesperación mientras corría sin saber bien lo que quería encontrar.
Jesús, una vez más, tuvo que llamar a su trabajo indicando que no podía ir ese lunes. La fuerza de su cuerpo se consumía y su mente se agotaba poco a poco.
La piedra que entró en su casa aquella noche no solo rompió el cristal, también rompió la paz, la tranquilidad y la estabilidad de la vida de mucha gente.

Sobre las 11:00 de la mañana, una enfermera entró en la habitación donde se recuperaba Juan e indicó que tenía una visita.
Milagros se levantó de la incómoda silla que estaba junto a la cama de su hijo
Y le preguntó a la mujer de quien se trataba. Ella no supo decirle un nombre, solamente que era un amigo del chico.
Jesús, que estaba mirando a través de la ventana de la habitación, se giró curioso para ver si se trataba de Miguel, Noel o cualquiera de sus amigos presentes la noche de la desaparición de Juan.
Pero su curiosidad se transformó en desconcierto cuando vio entrar a Víctor.
Llevaba en la mano un paquete envuelto con un papel azul brillante y un pequeño lazo rojo a un lado.
Juan en la cama miró fijamente a los ojos de Víctor y le dio las gracias por ir a verle. Milagros sabía que Víctor no era muy buen chico y que su hijo hablaba bastante mal de él, pero el detalle que había tenido en ese momento le hizo cambiar de opinión.
En cambio Jesús le miraba con ira, no entendía cual era la intención de aquella visita inesperada. Quizás se le había removido la conciencia y pretendía limar asperezas, o era un intento de volver a quedar como la espuma, siempre por encima de lo demás.
Víctor miró a Jesús con una enorme sonrisa en la cara y le dijo:

“Jesús, de verdad, no he venido a molestar, solo quiero que volvamos todos a ser un grupo unido”.

Cambió el gesto y con una seriedad imponente continuó:

“Siento lo que os ha pasado, quizás me tenía que haber implicado más en el tema ese de las piedras y haberos echado una mano a encontrar respuestas. Al principio pensé que era una chiquillada y que vosotros os habíais vuelto locos buscando un culpable inexistente, pero me he dado cuenta que os he fallado negándoos mi apoyo. Cuenta conmigo para lo que quieras Jesús… y tu también Juan...”.

Acabó estas palabras volviendo la cabeza hacia Juan.
Milagros contempló la escena con ojos compasivos, incluso llorosos. Víctor se había ganado la confianza de aquella madre, incluso había conseguido despertar en Juan un sentimiento de compasión mezclado con alegría y sorpresa.
La enfermera entró diciendo que no podía haber tantas personas dentro de la habitación y les rogó que al menos se saliera uno de ellos.
Milagros agarrando de la mano a Jesús, le pidió que salieran fuera y bajaran a la cafetería a tomar algo. Tenían que despejarse un poco y así podía Víctor hablar tranquilamente un rato con Juan para limar del todo cualquier diferencia y así volver a entablar la amistad que tan rota se había quedado tiempo atrás.
Jesús bajaba por el ascensor a regañadientes, murmurando en una ininteligible voz la situación que acababa de producirse en la habitación. No entendía el cambio de actitud de Víctor, aunque si realmente se había arrepentido de haberles tratado tan mal, había un motivo más para que lo positivo venciera a lo negativo.
En la habitación, Juan le comentaba a Víctor lo que recordaba de lo acontecido y lo que le había contado la policía. Éste se mostró muy preocupado ya que él mismo vivía con Daniel y Raúl y temía por si era interrogado como su amigo.
Para Víctor, el tema de las piedras y las notas amenazadoras comenzaba a ser algo espeluznante y por ello le pedía una y otra vez a Juan disculpas por haberse burlado de todos ellos.
Se mostró además muy sorprendido ante la noticia del arresto de Daniel y de las pruebas tan claras que lo acusaban directamente, como la anestesia, la compra del móvil con su tarjeta y el hallazgo de Juan en su propia casa.
Víctor sintió un escalofrío al pensar que Dani había sido capaz de algo así y se lo hizo saber a Juan, que conmovido por la actitud de Víctor, le cogió la mano en un intento de tranquilizarlo, creando una situación extraña entre ambos amigos.

Jesús no tardó demasiado en subir a ver si seguía Víctor con su novio. Milagros no pudo retenerlo mucho en la cafetería, lo suficiente para tomarse un croissant y un café con leche.
Juan sonrió a su novio al verlo entrar y Víctor se incorporó mirando a Jesús con un gesto triste, como queriendo pedir perdón con la mirada.
Jesús le tendió la mano y le dio las gracias por haberse preocupado por ellos.
Víctor se despidió de ellos dejando en la mesilla el paquete envuelto con mucho cuidado.
Milagros contempló la escena desde el umbral de la puerta, mientras estaba atenta por si volvía la enfermera.
Todo era muy raro, Jesús notaba que su cabeza no podría resistir el dolor que se le avecinaba y decidió salir para buscar una pastilla.
A solas, Juan habló con su madre mientras que rompía aquel papel azul brillante del paquete de Víctor, mostrando una caja de bombones bastante caros.
Milagros le comentaba la buena impresión que le había dado ese Víctor mientras se llevaba un bombón de trufa a la boca, despertando una sonrisa en el rostro de su hijo.

En una sala de interrogatorios, enfrente de Daniel, Antonio Mansilla ojeaba los documentos que le había entregado Lerma mientras golpeaba la pata de la silla con su pierna derecha.
Lerma no andaba lejos de allí, concretamente detrás del espejo que cubría toda una parte de la sala. Miraba fijamente al chico intentando encontrar algún indicio de inocencia en su rostro. El abogado del muchacho era demasiado recto y serio para alguien tan joven, realmente no tenían pinta de llevarse muy bien.
Mansilla se dirigió a Daniel en un todo que daba miedo, parecía que en vez de defenderlo le acusaría de más delitos.
Aquel abogado familiar había resuelto casos de injurias, calumnias y difamaciones a la vez que casos de índole superior a lo que allí le acontecía.
La madre de Daniel ganó con Mansilla un juicio en el que se la acusaba de un supuesto delito con Hacienda y otro con un tema de una constructora que se había quedado con el dinero de la familia sin haber construido nada.
Daniel estaba al tanto de dichas victorias judiciales a favor de su familia, pero aun así Mansilla le parecía despiadado, desconfiado y rastrero.

“Mira muchacho, estoy aquí por que tu padre me lo ha pedido como un favor personal. Este caso, si se le puede llamar de alguna manera, me parece ridículo. Desde luego bajo mi punto de vista te lo has montado fatal, ya que has dejado demasiadas pistas torpes. Por suerte estás con el mejor. Yo le puedo dar la vuelta a las pistas, a las pruebas y a las acusaciones, hasta conseguir marear al mismísimo juez que lleve este caso. Creo firmemente que eres culpable. Pero saldrás absuelto y sin cargos, aunque no te lo mereces… muchacho…”.


CAPITULO 7

EL BENEFICIO DE LA DUDA

Metido en la más profunda oscuridad de una pequeña celda, Daniel pensaba en todos los problemas que se le venían encima.
Su mirada se clavaba en un pequeño lavabo, que algún día fue blanco, y en la letrina rota que reinaba en solitario en una de las esquinas de aquel antro.
De vez en cuando giraba la cabeza para observar al policía que estaba sentado delante de su celda y de la de otros tipos. La cara de aburrimiento del policía, delante del ordenador desesperaba a Daniel.

A pocos kilómetros de allí, el Hospital de La Paz acogía los nervios y preguntas de Milagros y de Jesús.
Daniel… no era posible, tenía que ser un error. Todos esperaban en la sala de espera en silencio, un silencio incómodo, ya que más de uno hubiera deseado gritar de rabia.
Noel pensaba en todo momento en la inocencia de su amigo, aunque no podía evitar hacer especulaciones.
Daniel estaba en la discoteca cuando Juan recibió la llamada, pero también era cierto que pudo haber realizado la llamada desde el baño de la discoteca y luego, cuando todos se separaron para buscarle, pudo haberle metido en algún coche de alguien que estuviera mezclado con todo este tema y aparentar como que había estado buscándole como todos los demás.
Todo era posible en ese momento, Noel pensaba que estaba traicionando en ese momento a su amigo Daniel, pero según la policía, las pruebas le acusaban directamente.
¿Cómo era posible que pagara aquel móvil con tarjeta? O no se había dado cuenta del error, o alguien premeditadamente intentaba inculpar de una manera rastrera y sucia a Daniel.

Jesús miraba a Juan un poco más calmado. Hacía ya unas horas que había entrado por urgencias, pero ya estaba en planta. Según el doctor, perdió la consciencia por un fuerte golpe en la cabeza, pero que le mantuvieron en ese estado con un poco de anestesia que le habían inyectado antes de avisar a la policía indicando el paradero de Juan. En cualquier momento se despertaría, quizás de esa manera, pudieran saber más de lo sucedido.
Noel no era el único que dudaba de Daniel, Jesús pensaba en esa inyección de anestesia que le comentó el doctor. Sabía que nadie tenía acceso a ningún sitio donde hubiera dicha sustancia, nadie, salvo Daniel, ya que trabajaba en un hospital como enfermero.
Muchas cosas cuadraban, pero en su corazón algo le decía que estaban dejando pistas falsas, una manera de distraer la atención de todos para volver a atacar por la espalda y sin avisar.

Alrededor de las 20:30 horas de aquel domingo, Juan comenzó a despertar. Estaba aturdido, miraba a su alrededor con los ojos entornados, aún el sueño le podía.
Pronto visualizó el rostro de su madre, que le cogió rápidamente de la mano mientras le acariciaba la cara.
Al otro lado de la cama estaba Jesús, ansioso por abrazarle y preguntarle si recordaba lo que le había pasado. Juan giró la cabeza y se encontró con los ojos vidriosos de su novio, a su lado. Sin duda la imagen que estaba contemplando era para él todo lo que le hacía falta en ese momento.
Milagros se arrodilló en aquella habitación al lado de su hijo y este le dijo:

“Mamá… se que me ha pasado algo… y quiero que me digas la verdad. Solo recuerdo la llamada que recibí en la discoteca, y también que salí en busca de la persona que me estaba llamando, a partir de ahí, estoy perdido mamá… que me ha pasado…”

La indignación y tristeza que sentía Milagros en ese momento crecía y se aliaba con la inmensa ira que le invadía el cuerpo. La imagen de su hijo postrado en una cama, con la cara amoratada después de toda una noche de secuestro le rasgaba el corazón hasta no poder soportar más el dolor.
Cogió aire, mientras miraba el vendaje en la cabeza de Juan y le contestó:

“Hijo, parece ser que habéis tenido al enemigo en casa, pero todo ya pasó. La policía le tiene en un calabozo a la espera de más pruebas y de tu testimonio.
Lo importante es que te despejes y cicatricen esos cortes para que nos vayamos a casa y olvidarnos de todo lo que ha pasado”.

Juan miraba con los ojos llenos de lágrimas a su madre. Por lo visto le habían pillado… ¿pero a quién?… ¿quién había sido capaz de todo aquello, de las piedras, de las amenazas, del secuestro? ¿Quién…?
No era capaz de preguntar por su agresor, tenía miedo de saber de quien se trataba, intuía en la cara de su madre y su novio que era alguien de su entorno, y esa sensación le provocó un miedo terrible.

Aquel policía insulso, gordo, tirando a obeso que estaba sentado delante de él se empezaba a quedar dormido. Le indignaba saber que para aquel tipo, solo era un vulgar ratero de poca monta que estaría fuera en cuestión de horas.
Daniel llevaba toda la tarde metido en la celda sin que nadie le diera una explicación o alguna novedad de lo que estaba pasando fuera.
Se imaginaba el rostro de Jesús, Noel, Iñigo, Miguel, etc. y lo que veía no le gustaba nada. El silencio se mezclaba con la molesta respiración de aquel orondo personaje que tenía delante de él.
Sobre las 22:00 horas, el sargento Lerma se aproximó a la celda y se apoyó en las rejas.
La mirada de Daniel era de asombro. Lerma recordaba que esa misma mañana ese chico estaba declarando en su comisaría, muerto de miedo y aparentando una auténtica preocupación por la desaparición de su amigo.
A Lerma no le sonaba nada bien este tema, sospechaba que algo no cuadraba. Las pruebas no mentían, pero aun así su instinto llevando años en el cuerpo de la policía le decía que estuviera muy atento con ese caso.
Daniel se levantó del colchón donde estaba sentado y se aproximó a las rejas. Miró fijamente a los ojos del sargento y le dijo.

“Veo en su mirada que sabe muy bien que yo no he hecho nada, que me están inculpando de todo para despistarles. ¿No lo ve? No consigo adivinar quien lo ha hecho sargento, pero lo único que sé es que ha conseguido que Juan esté en el hospital y yo metido en este calabozo”.

domingo, 30 de enero de 2011

CAPITULO 6

HAS SIDO TÚ

Jesús notaba la humedad en su hombro, provocada por las lágrimas de Milagros. No existía explicación alguna, ni consuelo, ni alivio. No había ni una sola respuesta.
El padre de Juan estaba en camino. Julio trabajaba como comercial de telefonía móvil, teniéndose que desplazar cada cierto tiempo a otras ciudades. No le quisieron avisar por el tema de las piedras, ya que prefirieron no asustarle, pero esta vez, la gravedad de la situación cambió esa decisión.
La herida que tenían todos en el corazón no tenía pinta de cerrarse pronto, amenazando con segur abierta de manera indefinida.
Los chicos estaban abatidos en el salón de la madre de Juan. Esa mañana de domingo se convirtió en el peor día de sus vidas, sin ni siquiera sospechar lo que pasaría más adelante.
Raúl, parecía estar recopilando toda la información en su cabeza, en silencio, convirtiendo su mirada en una dimensión vacía e intrigante. Sin duda, la inteligencia de Raúl era la que más cerca estaba de poder enlazar unos hechos con otros.
Noel le conocía muy bien, sabía que tras ese rostro con gafitas y barba, se escondía una astucia fantástica y una intuición infalible. Aunque en realidad, todos lo pensaban de Raúl.

El teléfono fijo de la casa de Juan sonó de repente, consiguiendo que todos se levantaran de sus respectivos asientos.
Milagros con ímpetu tembloroso, contesto, encontrándose al otro lado, una voz grave, con tono serio. Era el sargento Lerma.
La cara de Milagros se iba transformando poco a poco, mientras buscaba una silla para sentarse. Parecía que lo que le estaba contando Lerma, era más a menos tranquilizador. La mujer asentía levemente con la cabeza dejando al grupo con un gesto expectante y esperanzador.
De pronto el gesto de aquella mujer cambió por completo y se llevó la mano a la boca, dejando escapar un suave sonido a modo de sorpresa. Miró fijamente a los ojos de Jesús mientras una lágrima se dejó caer por su cara.
Apartó el auricular de la oreja, apoyándolo sobre sus rodillas y dijo:

“Han conseguido encender el teléfono de Juan y han localizado la llamada. Fue desde un móvil de la compañía MoviStar y la llamada se realizó desde el barrio de Chueca. El móvil era de recarga y fue comprado este pasado viernes en una tienda de Ventas. El cliente es totalmente anónimo, pero si vuelve a llamar desde ese terminal, o manda algún mensaje, estarán alerta para localizar la llamada lo más rápido posible.”

A Jesús le sorprendió la rapidez y la eficacia de la gente de aquella comisaría, en especial del sargento Lerma, el cual no vio demasiado interesado en el tema cuando fueron a contarle lo sucedido.
No consideraba aquella noticia como algo bueno, pero si como algo esperanzador para al menos, localizar a la persona que se había llevado a Juan.
Tocaba a partir de ese momento esperar a recibir nuevas noticias de la policía, con alguna localización del indeseable que tenía al novio de Jesús.
La tarde del domingo se hizo eterna, el llanto lejano de la madre de Juan se escuchaba por toda la casa y la indignación que tenían todos era palpable en el ambiente.
Entre tanta tristeza, a Daniel se le ocurrió la idea de ir a su casa de Ventas, para recoger las pruebas que anteriormente, Raúl había conseguido y las notas amenazadoras. Les pareció en ese momento una buena idea, ya que de algo le podría servir a la policía.
A toda velocidad, Daniel se marchó de Fuenlabrada en busca de ayuda para su amigo desaparecido, aunque solo fuera información bajada de Internet.
El vagón del Metro parecía que apenas se movía, una estación de otra parecía estar separada por decenas de kilómetros. Estaba claro que el tiempo en la cabeza de Daniel parecía ir más lento según iban avanzando las paradas.
Los domingos, el Metro funciona peor, hay menos trenes y pasan cada más frecuencia, provocando en Dani un malestar y un ataque de nervios fuera de lo normal.

Eran las 15:30 de la tarde del domingo cuando Daniel salió por la boca de Ventas, cansado de tanto trasbordo y tanto dominguero del transporte público. Caminó rápido hacía su casa, pensando en el sitio donde se escondían las notas. Cruzaba casi sin mirar por el barrio, provocando sonoras pitadas de los impacientes conductores.
En una de las calles le paró una compañera del hospital donde él trabajaba. Enseguida notó la impaciencia de Daniel y la cara de desesperación, pero aún así le entretuvo un rato contándole novedades del sindicato de enfermeros y de cotilleos varios de compañeros.
Dani no estaba por la labor de aguantarla ni un minuto más, así que con mucha educación pero con gesto serio, cortó la charla de su compañera y continuó la marcha hacía su casa maldiciendo aquel encuentro inoportuno y desafortunado.
La distancia del Metro a su casa no era tanta, pero toda la ciudad parecía haberse puesto de acuerdo para ir más y más lento a su paso, alargando las aceras y frenándole el paso.
A falta de 2 calles para llegar a su casa, su teléfono móvil sonó:

“Vaya vaya Daniel... ¿Cómo tú por aquí? ¿Te has perdido...? Si quieres te puedo ayudar. No tienes más que avanzar hacia tu casa, quizás vuestro desaparecido esté dentro.”

Daniel no podía cerrar la boca en ese momento de la impresión, su reacción fue mirar la pantalla de su teléfono, que parecía seguir guardando esa llamada. No pronunció una palabra, entre otras cosas porque no fue capaz de segregar una gota de saliva. Sin pensárselo dos veces, empezó a correr hacía su casa compartida con el corazón a punto de salirse de su pecho. La idea de tener a Juan en su casa le producía por una parte esperanza, pero por otro un horror espantoso e inexplicable.
Torció la esquina y avanzó hacia su casa, pero su carrera se frenó cuando dos agentes de la Policía Nacional, le pararon en seco frente al portal.

“¿Es usted Daniel Castro Rubio? Facilíteme su carné de identidad, por favor.”
Daniel no acababa de recuperarse de la llamada, cuando el segundo imprevisto del día se ponía delante de él.
Como le pidieron, sacó el DNI de su cartera y mirando fijamente a los ojos de uno de los policías lo entregó.
Una vez hecho alguna anotación, Daniel quiso preguntar el por qué de aquello, cuando a su espalda un ruido le hizo girarse contemplando una imagen que le dejó completamente helado.
Juan bajaba en una camilla inconsciente con 2 personas del SAMUR cargándole. Iba tapado hasta el cuello, tenía media cara amoratada, en la frente tenía una cicatriz y un corte en la ceja.
Intentó por todos los medios aproximarse a la camilla, pero los policías le agarraron del brazo con fuerza, bloqueando cualquier intento de aproximarse a Juan.
No sabía qué estaba pasando, intentó soltarse, pero los agentes aplicaron aún más fuerza hasta hacer desistir a Daniel en el intento de acercarse a la camilla donde estaba su amigo.

“No intentes disimular, ni te hagas el sorprendido Daniel. Sabemos muy bien lo que has hecho con este chaval. Alguien nos ha alertado de que en este piso había una persona que había desaparecido en la madrugada. Lo más sorprendente es que hayas tenido la cara dura de declarar en una comisaría como si no supieras nada. Móntate en el coche, ya hablaremos largo y tendido cuando lleguemos.”

Todo lo que estaba pasando era subreal, a Daniel no le salían las palabras. Él no había hecho nada, sería incapaz de dañar a una hormiga. Es más, cuando ocurrió todo, él estaba junto a los demás bailando en el Púb.
Con estos argumentos intentó convencer a aquellos rudos y bastos policías que le miraban en aquel cuarto tan pequeño.
Una luz cegadora colgaba del techo produciendo sombras realmente tétricas. Estaba sentado frente a una vieja y sucia mesa redonda, como si estuviera en la peor de las cárceles orientales. Delante de él, los dos policías, le miraban con rabia y furia.
Le pusieron delante unos documentos y a escasos centímetros de Daniel, uno de los policías le dijo en tono irónico lo mal que le había salido el jueguecito y que había dejado demasiadas pistas torpes e imprudentes.
Daniel cada vez entendía menos aquella situación. Se agachó para leer las hojas que le había acercado el policía y una sensación de agobio le dejo la sangre congelada.
La llamada realizada a Juan la pasada madrugada había salido de un móvil de prepago de MoviStar adquirido el pasado viernes. Pero lo más sorprendente era que el cliente que compró el pack, era él mismo. Lo ponía muy claro: “DANIEL CASTRO RUBIO”. Había pagado con tarjeta.



Lo primero que hizo fue mirar si tenía todas sus tarjetas en la cartera, pero al momento se dio cuenta que faltaba una. La que habían usado para comprar el terminal. El número de tarjeta que aparecía en aquel impreso le situaba en la tienda y le acusaba directamente de ser el dueño del número que llamó a Juan.
El nudo en la garganta era cada vez mayor. No sabía cómo había pasado algo así, quién le había quitado la tarjeta y sobre todo, le preocupaba profundamente la opinión de todos los demás.
El policía en ese momento le quitó aquellos folios de delante, diciéndole que ya había leído suficiente. Y el ultimátum fue breve pero conciso, más vale que diera ya una explicación a todo aquello o se podía preparar para dormir con algún que otro raterillo de tres al cuarto en el calabozo.

Jesús estaba preocupado por la tardanza de Daniel. El teléfono de su casa daba tono pero no respondía nadie y el móvil apagado o fuera de cobertura. La madre de Juan intentaba por todos los medios poner calma en la situación. Parecía mentira que la persona más perjudicada en el asunto, fuera la más cuerda y tranquila en ese momento.
Aunque la tranquilidad saltó por la ventana cuando sonó el teléfono de Milagros. Juan estaba en el hospital.

Los ascensores de La Paz estaban en revisión, provocando ira y resignación en todos ellos. Llegaron a la habitación lo más rápido que pudieron, aunque los únicos que entraron fueron Milagros y Jesús.
Con una pequeña venda en la cabeza y la cara con varios cortes y moratones, la imagen de Juan se presentaba ante sus ojos. Una enfermera le estaba sacando sangre cuando entraron, y les miró con ojos de tristeza y salió en cuanto pudo de la habitación.
Dos interminables lágrimas resbalaron por la cara de Jesús, que competían con las de su madre, abatida al pié de la cama de Juan.
Qué le habían hecho. Era algo que no entendía Jesús. Al menos estaba relativamente bien, delante de ellos en un hospital, pero dormido y lleno de contusiones.
El gesto de Juan era tranquilo, parecía que dormía plácidamente, sin ningún miedo aparente. Para Jesús su rostro, por muy magullado que estuviera, era maravilloso y lleno de expresión. En ese momento, el amor que sentía por él le dio fuerzas para aguantar la situación y ser fuerte.
Un médico entró para darles alguna explicación, pero la curiosidad se convirtió en sorpresa cuando les dijeron donde había aparecido y quién era el principal sospechoso de todo aquello.