martes, 25 de enero de 2011

CAPITULO 3

EL QUE TIRA LA PRIMERA PIEDRA

Habían pasado varios días tras esa fiesta y la rutina cogía las riendas de la vida de Jesús. Juan iba a su casa a menudo para recordarle lo bonita que es la vida, pero se le olvidaba en cuanto se marchaba.
El trabajo de Jesús en el concesionario vendiendo coches llegaba a aburrirle de una manera realmente aplastante y el calor de aquel verano le robaba su dinamismo y entusiasmo por hacer cosas nuevas.
Cuando Jesús se veía en el reflejo del cristal de la puerta de su salón, aplastado en el sofá, con su taza helada y delante del televisor, se sentía un perdedor, una persona sin ilusiones que a lo único que aspiraba en la vida era nada más que a lo que reflejaba aquel cristal.
Una noche, días antes de atravesar el ecuador del mes, en la misma postura que anteriormente citaba, Jesús escuchó el estruendo de unos cristales rompiéndose  en el interior de su casa y a continuación el sonido de un golpe seco. Su reacción fue apagar el televisor, respirar profundamente e incorporarse del sofá lentamente. Buscó con cuidado unas tijeras en su salón y decidió salir al pasillo muerto de miedo. Su taquicardia y él fueron encendiendo todas las luces que se les ponían por delante, llegando al fondo del pasillo, donde se encontraba el baño.
Nadie... en la casa parecía que no hubiera absolutamente nadie, pero en la habitación de sus padres, unos cristales en el suelo le hicieron levantar la mirada y comprobar, que la ventana de aquella habitación, estaba rota.
Junto a los cristales, había una piedra de gran tamaño con una especie de papel pegado a ella. Aún con el miedo en el cuerpo Jesús se agachó a recogerla muy extrañado. Varias vueltas de cinta aislante transparente sujetaban un sobre blanco a la piedra.
Aprovechando que las tijeras estaban en su mano, cortó la cinta y consiguió separar el sobre. Sin quitar la mirada de la ventana se incorporó para abrirlo, y al dar un paso atrás, se clavó un pequeño trozo de cristal en el pie. Con el susto, ni siquiera se dio cuenta que estaba descalzo.
La mente de Jesús no hacía más que dar vueltas, el sobre que tenía en la mano se mostraba ante él amenazante y siniestro... ni siquiera la sangre que iba dejando su pie le hacían apartar la vista de él.
Ya en el salón decidió abrirlo, con mucha precaución, sacando un papel escrito a máquina.
El gesto de su cara cambió, de la curiosidad al auténtico pavor, la hoja empezó a temblar junto a sus manos y dos lágrimas golpearon el papel con fuerza, resbalando hasta llegar al suelo. En ese momento, sin darse cuenta, la rutina y la tranquilidad de Jesús finalizaban con estas palabras:

“TRIBUNALES DE JUSTICIA ACUDEN A LA FUENTE LABRADA, JUNTO A LA VENTA DE TOROS.
EL VALLE DEL KAS ABRE PASO A CASTILLA Y SU PLAZA PARA QUE PILAR VUELVA A SU BARRIO Y ASÍ SUS PIES PODER LAVAR”.
LA PRIMERA PIEDRA NO LA HE TIRADO YO, PERO TODAS LAS DEMÁS YA ESTÁN EN MI PODER”.

El teléfono sonó en casa de Juan esa noche, la llamada de Jesús parecía eterna hasta que escuchó su voz. Las lágrimas ahogaban las palabras de Jesús y Juan no entendía nada de lo que le estaba diciendo. Jesús intentó calmarse, con la hoja aún en la mano y comenzó a explicarle todo lo que le había ocurrido. El silencio se hizo patente por primera vez en esa conversación cuando leyó de nuevo en voz alta la nota que se encontró en el interior del sobre.
Juan se preguntaba si sería una broma, un acertijo o lo que sea de algún vecino aún más aburrido que Jesús y con ganas de asustar.
Pero según iba leyendo una y otra vez aquella hoja, se daba cuenta que no era una broma de alguien del barrio, si no una amenaza en toda regla.

A la mañana siguiente, debido al comportamiento de Miguel en los últimos días, Jesús decidió llamar a Raúl, el cual le daba más confianza para contarle lo que le había pasado.
Raúl, al igual que Juan, provocó un silencio provocando a Jesús el doble de nervios de los que ya tenía. “Raúl... RAÚL CONTESTA POR FAVOR...”
Entonces una tímida voz que apenas reconoció  le dijo: “¿tu sobre era blanco...?”.
Aquella voz lejana y confusa de Raúl aterrorizó a Jesús, cuando él siempre se tomaba todo a broma y burla. Le explicó como ocurrió todo, pero volvió a obtener como respuesta más silencio.
Las lágrimas volvieron a asomarse por los ojos de Jesús, haciéndole temblar la voz y provocando una suave respuesta de Raúl: “yo aún sigo recogiendo cristales del suelo...”

Las 12:00 de la mañana era la hora en la que esperaba Raúl a Jesús en Ventas, el barrio donde él vivía. Compartía piso con Daniel y con Víctor. Siempre han querido echar de la casa a Víctor y meter a alguien con el que se pudiera convivir, pero, este era amigo de la casera, dueña del piso.
Según salía del Metro, la cara de Raúl hablaba por si sola, estaba apoyado en la estatua de un torero mirando al suelo, sin arreglar y jugando con uno de sus anillos sin parar.
Al llamarle Jesús, alzó la cabeza y le miró fijamente con un gesto de tristeza y angustia, Su rostro estaba lleno de preguntas y sus ojos enrojecidos parecían pedir ayuda. Jesús se acercó a saludarle y sin poder articular palabra, Raúl le dijo: “He conseguido descifrar parte de la nota, pero Daniel quiere llamar a la policía”.
Ya en su casa, Jesús comprobó el estado de la puerta de su terraza, solo quedaba el aluminio, una piedra parecida a la que entró en la habitación de sus padres estaba encima de la mesa aún con restos de cinta aislante. Un recogedor lleno de cristales reposaba en una esquina del salón y encima del sofá un sobre blanco abierto idéntico al que encontró Jesús en su casa.
Raúl le explicó que en el momento del impacto, estaban acostados y que salieron corriendo para ver que había pasado. Víctor llevaba un par de días fuera de Madrid, se había marchado a Cornellá, su tierra natal.
Jesús avanzó por la casa hasta llegar al dormitorio de Daniel, el cual estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas y la cabeza agachada. Al oír unos pasos aproximarse a él, se sacó un papel del bolsillo, extendió su mano y se la dio a Jesús, sin ni siquiera alzar la mirada. Era la famosa nota que mencionaba Raúl.
Inmediatamente sacó Jesús la suya del bolsillo derecho de su pantalón y las juntó en el escritorio de Daniel. Raúl miraba por encima del hombro de Jesús, notaba su respiración en su cuello, en cambio Dani, no levantaba la cabeza.
La curiosidad llevó a Jesús a la sorpresa cuando comprobó que en la nota que entró destrozando la puerta de la casa de Raúl no ponía lo mismo que en la suya:

LA UNIÓN QUE NUNCA TUVO QUE SER ESTÁ LIGADA A LA EXTINCIÓN, NI LA JUSTICIA DEL TRIBUNAL NI LA FUENTE LABRADA ALZARAN JAMÁS SU VICTORIA”.
“PARA MI DOS SI SON MULTITUD, COMO DOS SON YA LAS PIEDRAS QUE MARCARAN EL FUTURO DE TODOS VOSOTROS”.




Raúl explicaba a Jesús lo que sacaba en claro de todo esto. Juntando las dos notas comprobaron que algunas palabras se repetían, como “la justicia del tribunal” o “fuente labrada”.
Llegaron a la conclusión que era una amenaza directamente para Jesús y para Juan, ya que Jesús vivía en Tribunal y Juan en Fuenlabrada.
Sin embargo, pensaban que para los demás también soltaron amenazas, porque consiguieron descifrar el nombre de los barrios de algunos de ellos.

Alrededor de las 14:00, Juan llamó al timbre de la casa de Raúl y Daniel, habían quedado para comer los cuatro e intentar averiguar más sobre esas notas.
Juan vino muy intranquilo, pensando que les podían hacer daño y el afán de Jesús era calmarle para que sus nervios no le hicieran caer enfermo. Todos hablaban del tema, pero Jesús estaba completamente ausente en aquella comida, ni siquiera el corte del pie le hacía desconectar de esa profunda ausencia.
Sobre la mesa del salón y junto a la piedra que entró con a la segunda nota, extendieron las dos hojas. Cuatro cerebros en ese momento no paraban de hacer horas extra, buscando el significado de lo que estaba escrito, pero solo dos preguntas rondaban en la cabeza de Jesús... ¿Por qué en la nota de su casa la amenaza parecía colectiva? ¿Y por qué en la que había en casa de Raúl, claramente era para Juan y para él mismo?...

Aquel día la tarde voló. A través de la puerta sin cristal, la plaza de toros se iluminaba, como si se jactara de la poca luz que les envolvía.
La mano de Juan apretaba la de Jesús con más fuerza según avanzaba la oscuridad y las miradas se clavaban en la piedra que presidía la mesa del salón.
Decidieron en ese momento apartar el tema por esa noche, porque la histeria colectiva no era buena para ninguno de ellos, así que llamaron a un restaurante de comida rápida para ver si una buena cena y una comedia divertida servían para aplacar los nervios.
Daniel era el que más callado estaba, sin duda parecía el más afectado, así que casi todas las conversaciones, tenían que ver con él, para hacerle participar de la charla y hacerle olvidar todo de una manera más rápida.
Tardaba la comida en llegar, y eso alimentaba la intranquilidad de los chicos. La película ya estaba elegida, la típica con un humor absurdo y subreal.
La plaza de toros seguía alzándose delante de la casa de Raúl como si desafiara al miedo, ignorando que su majestuosidad provocaba el miedo en sus pupilas.
Mientras intentaban buscar información en el ordenador de Daniel sobre la película que iban a ver, el móvil de Juan sonó.
La melodía del teléfono se convirtió en el único sonido que se oía en la casa. El susto y los nervios les enmudecieron a todos.
Juan contestó el móvil y en pocos segundos su rostro cambió, se giró hacía Jesús con los ojos vidriosos y dijo: “ahora mismo voy para allá”.
Mientras dejaba caer el teléfono contra la mesa, el timbre de la calle sonaba, era el repartidor de la comida, pero nadie acudió a contestar, lo único que querían saber era lo que Juan estaba a punto de contarles.
Entonces se acercó a la mesa, cogió la piedra y dijo:
“En mi casa han entrado dos como esta...”

Por las escaleras del piso de Raúl y Daniel se cruzaron con el repartidor de la comida, alguien debió abrirle la puerta. Iban tan rápido que por poco le tiran al suelo. Juan lloraba mientras corría y Jesús se moría de dolor al verle así.
El coche de Raúl era la vía más rápida para llegar a Fuenlabrada, así que una vez montados los cuatro, el acelerador tomó la palabra.
Nunca les había parecido tanta la distancia que separaba el centro de Madrid con Fuenlabrada, por muy rápido que fueran. Atrás, entre los brazos de Jesús, se podían distinguir los sollozos de Juan y en el asiento del copiloto Daniel tenía la mirada perdida en el salpicadero del coche.
El destino de aquel grupo se colocaba ante sus ojos, la visión de la plaza de toros se cambió por calles nuevas, sin nadie paseando por ellas.
Dieron pocas vueltas para aparcar, así que en poco espacio de tiempo, volvían a correr para llegar al portal de Juan. Vivía en un gran bloque de viviendas, con jardines y piscina, concretamente en un primer piso.
El ascensor no era opción para subir, ya que de cuatro zancadas, Juan se plantó como una bala delante de la puerta de su casa. Los demás aguardaron en la escalera muy nerviosos, hasta que él entró en su casa.
No pasaron más de cinco minutos cuando salió con dos papeles en la mano, en ellos ponía:

“NI TU, NI ÉL, NI NADIE, SOLO YO. PARECE QUE LO ESTAIS EMPEZANDO A ENTENDER”.

“ES FÁCIL CULTIVAR MIEDO, LA AMENAZA ES LA SEMILLA, PERO LA PIEDRA SOLAMENTE ES EL PRIMER BROTE”.

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