lunes, 17 de enero de 2011

CAPITULO 2


LA UNIÓN


La resaca de aquella noche no parecía terminar, pero no era nada físico, era algo más, algo que luchaba en el interior de Jesús por salir. La sensación que recorría su cuerpo era algo desconocido para él, tenía unas ganas enormes de salir corriendo en cualquier dirección y gritar, pero a la vez tenía ganas de reír encerrado en su habitación, como si se le hubiera ido la cabeza por completo.
En el teléfono móvil de Jesús dormía un número muy especial, reposaba la esperanza y el miedo a lo desconocido. Ese número se estaba convirtiendo en una prueba de valentía, Jesús podía buscar en la agenda para encontrarlo, se le paralizaban las manos y el corazón se aceleraba a un ritmo vertiginoso.
El nombre de Juan se repetía en su cabeza de una manera constante... nunca le había pasado esto, necesitaba hablar con alguien que le pudiera entender. Estaba decidido a llamar a Miguel.

Ya recuperado de la mala cara que mostró durante toda la noche, se mostraba asombrado, puesto que no se entero de nada ya que su máxima preocupación de la noche era marcharse. Su consejo fue breve pero intenso...”llámale”.
Aunque advirtió a Jesús que no debía ilusionarse demasiado, ya que había sufrido demasiado por amor y no le gustaría verle otra vez en el suelo pidiendo ayuda.

El móvil en la mano de Jesús le quemaba, derretía su piel y provocaba el sudor en su frente. Los nervios le mataban y le hacían pasar muy malos ratos.
Finalmente, se decidió a marcar, con el pulso realmente perjudicado. Tras el último número marcado, la boca se le secó, provocándole una respiración muy agitada.
La respuesta de Juan tardó, pero la recompensa al oír su voz quebró la espera. Tras las primeras palabras, sin que Jesús pronunciara su nombre, Juan ya sabía quien le estaba llamando, todo un reto para dos personas que se conocieron por primera vez con centenares de personas gritando a su alrededor.
Juan mostró en aquella llamada un gran interés por Jesús, supo que decirle, como sacarle una sonrisa, como usar las palabras adecuadas. En esa llamada, se dijeron muchas cosas y por supuesto de su boca nació una cita solo para dos.
Jesús volvería a ver esos ojos brillantes esa misma tarde, a las 18:00 en la estación de Atocha RENFE, la cual se convertiría en un punto de referencia para ellos.
Eran las 17:55 aproximadamente cuando Jesús llegó a la estación, se colocó delante de un cajero, y mirando a todos lados esperaba su encuentro con nervios extremos. La verdad es que Juan no se hizo esperar, ya que a las 18:00 en punto, Juan apareció entre decenas de personas sonriendo y con paso firme. Llevaba puesta una camiseta azul de una conocida marca de ropa, unos pantalones piratas verde militar y unas zapatillas blancas con rayas rojas y negras.
Sus ojos castaños brillaban con intensidad mientras se clavaban en el azul celeste de los de Jesús.
De su boca nació un “muy buenas” que resonó en aquella estación a la vez que resonaba el de Jesús, provocando una sonrisa en su boca y una vergüenza horrorosa en el rostro de ambos chicos. Decidieron dar un paseo, entrando en el Parque del Retiro recordando y riéndose de la noche anterior. De vez en cuando Miguel daba “toques” al móvil de Jesús, quería que le llamara a toda costa para informarle de lo que estaba pasando con Juan. Aquel parque se les quedaba corto mientras hablaban, se quedaban sin hectáreas suficientes para explicar todo lo que se les pasó por la cabeza en la noche del orgullo.
Sentados ya en la hierba, el verde de las hojas se teñía de oscuridad y junto a ellas el resto de elementos que adornaban el parque. La noche les cogió por sorpresa dilatando sus pupilas para intentar seguir contemplando sus rostros, el bullicio de la gente era cada vez más lejano y sus voces poco a poco se escuchaban con más claridad. Y con el permiso de aquella claridad, entre la hierba, juntando fuerza y poca vergüenza Jesús se atrevió a decirle a Juan que estaba sintiendo algo por él, por muy pronto que le pareciera, pero que era así.
Su respuesta se perdió entre los arbustos que les rodeaban durante unos segundos. La calma era ya total, parecía que todo el parque sincronizaba su silencio, incluso paró el viento que movía las ramas de los árboles. La voz de Juan parecía haberse secado en su garganta, pero no dejaba de mirar a Jesús fijamente con una expresión maravillosa y llena de sentimiento.
En aquel instante una ráfaga de viento movió su pelo de Juan, se volvieron a escuchar las hojas, incluso el chillido agudo de los murciélagos que pasaban a escasos metros de ellos, en aquel instante, sin que Jesús se diera cuenta, Juan le estaba besando.

Pasaron tres días después de aquel encuentro, sus obligaciones y circunstancias personales no les dejaron volver a verse, pero el teléfono se convirtió en una gran vía de escape a su necesidad de verse.
El mes que mandaba en el calendario era Julio, un mes complicado para Jesús, puesto que toda su familia se iba cada año de vacaciones a Cádiz hasta el 1 de Agosto. Se podía pensar perfectamente que el estar solo implicaba libertad para hacer lo que le daba la gana y que las horas de salida y llegada no desembocaban en una bronca o explicación innecesaria.
La realidad, era más bien otra, para Jesús, quedarse solo en casa, significaba aburrimiento, pereza, doble trabajo y sobre todo lo más obvio, soledad.
Juan sabía que la situación en casa de Jesús era ideal para resolver el problema de la intimidad, así que en cuanto se vieron de nuevo, convirtieron los escasos 60m2 del hogar de Jesús en su particular “nidito de amor”.
Empezaron a crear un vínculo de confidencias y complicidad entre los 2, llegando a saber en muy poco tiempo lo que pensaba cada uno. Poco a poco el amor mandaba pequeñas piezas de aquel puzzle por debajo de la puerta, las cuales colocaban en su sitio con cuidado y sobre todo con mucha ilusión.

En ese mes de Julio, ocurrieron muchas cosas que cambiaron la vida de muchos y que dejaron a otros tantos marcados para siempre.

En las calurosas noches de verano, junto a una gran taza helada llena de hielo y refresco, delante del ordenador de Jesús, hablaba con amigos por el Messenger, intentando conseguir alargar la hora de meterse en la cama.
De todas sus conversaciones nocturnas, destacaba cada noche la de Noél.
Noél era un artista de 29 años, lleno de imaginación. De sus palabras no paraban de salir ideas brillantes, llenas de picardía y sentido del humor. Aparentemente siempre sereno, seguro de sí mismo, autosuficiente, bohemio y sobre todo un chico con las ideas muy claras. Destacaba por su altura, su blanca sonrisa y su constante gesto como a punto de empezar a reír.
Jesús envidiaba de Noél su decisión por hacer cosas, sus continuos viajes y sobre todo su labia. Cada charla con él en el ordenador iba acompañada paralelamente de una sonrisa permanente que nacía en la cara de Jesús.
Sin embargo, la primera impresión que le dio al conocerle en persona fue otra, la seriedad tomaba el protagonismo en sus palabras y los chistes y gracias que leía cada noche en mi pantalla quedaban perdidos por el “ciber-espacio”.
Afortunadamente Noél se mostró así al principio por precaución, por inseguridad, quizás por miedo, porque a partir de los primeros encuentros, se fusionaban bastante bien el Noél “cibernético” con el Noel de la calle.

Aprovechando la situación de lobo solitario en la ciudad de Jesús, la idea de realizar una fiesta en su casa se colocaba delante de sus ojos, ocultando de su mente el rostro de su madre diciéndome que no quería gente en casa en su ausencia.
La cadena de llamadas y mensajes no se hizo esperar, por supuesto, Juan fue el primero en conocer las intenciones de Jesús de hacer una fiesta y a partir de ahí, entre los 2 fueron avisando a la gente para que no hicieran planes esa noche.
Miguel llevaba días perdido, como desconectado del grupo, quizás lo que le pasaba es que se sentía acoplado entre Juan y Jesús. Fue el más difícil de convencer. Daniel se apuntó muy animado, al igual que Raúl y Noél, pero a nadie se le ocurrió avisar a Víctor, puesto que su presencia normalmente era bastante incómoda.
La cita era a las 21:00h en el metro de Tribunal, que era la parada más cercana a la casa de Jesús. Juan desde las 20:00h estaba ayudando a preparar todo y de paso aprovechando el poco tiempo de intimidad que les quedaba esa noche.
Miguel prometió traer una sangría casera hecha por él y cumplió su promesa, aunque llegó el último de los convocados. Daniel apareció con Raúl de la boca del metro, ambos muy animados, sujetando varias bolsas con botellas y a los 5 minutos Noel les sorprendía por la espalda, ya que se había bajado una parada antes y venía andando por la acera.
Una vez que Miguel  y su sangría aparecieran 15 minutos tarde, entre risas y bromas protagonizadas por Raúl y Noel (que juntos eran una bomba a punto de estallar...), llegaron a casa de Jesús, donde les esperaban muchas horas por delante sin descanso.

Todos estaban de acuerdo que aquel encuentro les recordaba a la noche del orgullo. Juan miraba a Jesús con emoción mientras comentaban cada anécdota de aquella noche y Miguel miraba al techo, sin hablar, dibujando en su mirada unas ganas locas de cambiar de conversación.
Un CD. en MP3 que Jesús hizo un par de días antes fue su particular discoteca, la sangría de Miguel corría por los vasos con mucha prisa mientras que Raúl y Noel cambiaban de objetivo para sus bromas cada 5 minutos.
Entre el jaleo de la música y la risa contagiosa de Raúl se escuchó un móvil, era el de Noel. Aquella llamada era de su amigo Iñigo, el cual, pasaría a ser amigo de los demás desde esa noche. Llamó para preguntar si salía y Noel se dirigió a Jesús para preguntarle si se podía unir a la fiesta.
No le importó en absoluto que se apuntara alguien más en su casa, además, Iñigo le sonaba a Jesús de vista, ya que en alguna ocasión le había visto con Noel por el ambiente.
La apariencia tímida y frágil de Iñigo le proporcionaba una fachada lejos de la realidad. Tenía 32 años, era una persona abierta y conversadora, siempre sonriendo y con un buen sentido del humor, Para su propia desgracia, era el blanco preferido de las bromas de Raúl y Noel, llegando a veces a notar en su gesto cierto cansancio por tantas risas a su costa. Iñigo se cuidaba mucho, eran famosas sus decenas de cremas para la cara, las manos, el cuerpo, etc. Siempre vestía impecable y el deporte era siempre una obligación diaria en su vida. Físicamente era el más bajito del grupo y de los que menos pelo tenía, motivos más que suficientes para que Raúl y Noel descargaran sus bromas contra él. Fueron a buscarle al metro Juan, Noel y Jesús, alrededor de las 22:30 de la noche y gracias a su puntualidad, en menos de 10 minutos volvían a unirse a la fiesta privada que tenían montada en casa de Jesús.
Entre canciones “ochenteras” y ron añejo, Juan le regalaba a Jesús un beso de vez en cuando que alimentaba su seguridad por ese amor y le hacía salir de aquella fiesta dejando todos sus sentidos totalmente vulnerables.

Las 06:00 de la mañana en el reloj de Jesús empezaban a ser una realidad que asustaba y las ganas de seguir pasándolo bien no tenían fecha de caducidad, así que mirando las caras de toda esta gente y sobre todo la de Juan, Jesús propuso que se quedaran a dormir en su casa.
Se sorprendió al no escuchar ningún “no”, así que empezó a organizar las camas y habitaciones disponibles.
Era complicado meter a 7 personas en 4 camas, por mucho que una de ellas fuera de matrimonio, así que Jesús se vio obligado a entrar en el piso de su abuelo, que estaba justo debajo del suyo, para que todos pudieran dormir mejor.
Juan y Jesús, decidieron dormir en la habitación de Jesús, que había 2 camas y dejar la de matrimonio para quien quisiera, la cual fue patrimonio de Daniel y un malhumorado Miguel.
Iñigo, Noel y Raúl bajaron al piso de abajo para dormir repartidos en dos habitaciones.
De esa manera el sueño terminó con la fiesta dejando poco por recoger y mucho por descansar.

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