sábado, 12 de febrero de 2011

CAPITULO 8

EL QUE DICE LA VERDAD

Lerma fingía no estar preocupado por aquel chico, su rostro mostraba frialdad y dureza, tanta que a Daniel le provocaba desesperación e impotencia.
En aquella pequeña estancia, el sargento le informó del estado de Juan y de la situación en general. Daniel pensaba que al menos Juan estaba despierto y que su estado no era grave. Ahora su preocupación era otra. Iba a pasar la noche en aquel rincón lleno de suciedad sin que se pudiera demostrar su inocencia.

Pasadas unas horas, la policía consiguió localizar a la familia de Daniel para informarles de la situación y sobre todo para buscar un abogado que pudiera defender al chico. Daniel, vivía independizado porque su relación con los padres no era buena. Eran ya 3 años los que hacían desde que Daniel hiciera su maleta y se fuera de casa, no soportaba las broncas entre sus padres y los desplantes continuos de su hermana pequeña.
Le resultaba es ese momento muy duro volver a estar con ellos después de 3 años sin verles y además en esas condiciones. En todo ese tiempo, varias llamadas y algún correo electrónico habían sido los únicos contactos con sus padres.
Antes de que llegara la familia de Daniel a aquella comisaría, Lerma se encargó de informar al muchacho de los últimos detalles del estado de Juan.
Una vez ya fuera de la celda, mientras entraba de nuevo en la sala mugrienta frente a la mesa redonda, Lerma le mostró un papel con gesto severo. Daniel miró al sargento fijamente, pero ya no encontró la mirada de antes, esos ojos que parecían querer demostrar su inocencia ahora eran profundos y convencidos de su culpabilidad.
Frente a él la hoja que reposaba en la mesa aportaba un dato que le derrumbó. Juan había sido dormido con anestesia, con lo cual, aumentaban muchísimo las sospechas contra él, debido a su trabajo como enfermero en un hospital.
Daniel estaba totalmente abatido, tenía ganas de derrumbarse delante de aquel papel, pero intentó mantenerse firme y sereno. En su cabeza se repetía una y otra vez la palabra “anestesia” y pensaba en la inteligencia del que lo había planeado todo. Incluso llegó a esbozar alguna que otra leve sonrisa provocada por la astucia de lo desconocido, de lo subreal, de lo inimaginable.

La mañana del lunes se abría camino ante Daniel destrozando cualquier oportunidad de conciliar el sueño. Hacía ya 3 horas que se habían marchado sus padres, histéricos, pero preocupados por la situación de su hijo.
El abogado llegaría a media mañana y con él, el beneficio de la duda.

En el hospital, Juan miraba por la ventana de la habitación haciendo tremendos esfuerzos por recordar un mínimo detalle de lo ocurrido el fin de semana, pero a su memoria solamente le llegaba la imagen de la desesperación mientras corría sin saber bien lo que quería encontrar.
Jesús, una vez más, tuvo que llamar a su trabajo indicando que no podía ir ese lunes. La fuerza de su cuerpo se consumía y su mente se agotaba poco a poco.
La piedra que entró en su casa aquella noche no solo rompió el cristal, también rompió la paz, la tranquilidad y la estabilidad de la vida de mucha gente.

Sobre las 11:00 de la mañana, una enfermera entró en la habitación donde se recuperaba Juan e indicó que tenía una visita.
Milagros se levantó de la incómoda silla que estaba junto a la cama de su hijo
Y le preguntó a la mujer de quien se trataba. Ella no supo decirle un nombre, solamente que era un amigo del chico.
Jesús, que estaba mirando a través de la ventana de la habitación, se giró curioso para ver si se trataba de Miguel, Noel o cualquiera de sus amigos presentes la noche de la desaparición de Juan.
Pero su curiosidad se transformó en desconcierto cuando vio entrar a Víctor.
Llevaba en la mano un paquete envuelto con un papel azul brillante y un pequeño lazo rojo a un lado.
Juan en la cama miró fijamente a los ojos de Víctor y le dio las gracias por ir a verle. Milagros sabía que Víctor no era muy buen chico y que su hijo hablaba bastante mal de él, pero el detalle que había tenido en ese momento le hizo cambiar de opinión.
En cambio Jesús le miraba con ira, no entendía cual era la intención de aquella visita inesperada. Quizás se le había removido la conciencia y pretendía limar asperezas, o era un intento de volver a quedar como la espuma, siempre por encima de lo demás.
Víctor miró a Jesús con una enorme sonrisa en la cara y le dijo:

“Jesús, de verdad, no he venido a molestar, solo quiero que volvamos todos a ser un grupo unido”.

Cambió el gesto y con una seriedad imponente continuó:

“Siento lo que os ha pasado, quizás me tenía que haber implicado más en el tema ese de las piedras y haberos echado una mano a encontrar respuestas. Al principio pensé que era una chiquillada y que vosotros os habíais vuelto locos buscando un culpable inexistente, pero me he dado cuenta que os he fallado negándoos mi apoyo. Cuenta conmigo para lo que quieras Jesús… y tu también Juan...”.

Acabó estas palabras volviendo la cabeza hacia Juan.
Milagros contempló la escena con ojos compasivos, incluso llorosos. Víctor se había ganado la confianza de aquella madre, incluso había conseguido despertar en Juan un sentimiento de compasión mezclado con alegría y sorpresa.
La enfermera entró diciendo que no podía haber tantas personas dentro de la habitación y les rogó que al menos se saliera uno de ellos.
Milagros agarrando de la mano a Jesús, le pidió que salieran fuera y bajaran a la cafetería a tomar algo. Tenían que despejarse un poco y así podía Víctor hablar tranquilamente un rato con Juan para limar del todo cualquier diferencia y así volver a entablar la amistad que tan rota se había quedado tiempo atrás.
Jesús bajaba por el ascensor a regañadientes, murmurando en una ininteligible voz la situación que acababa de producirse en la habitación. No entendía el cambio de actitud de Víctor, aunque si realmente se había arrepentido de haberles tratado tan mal, había un motivo más para que lo positivo venciera a lo negativo.
En la habitación, Juan le comentaba a Víctor lo que recordaba de lo acontecido y lo que le había contado la policía. Éste se mostró muy preocupado ya que él mismo vivía con Daniel y Raúl y temía por si era interrogado como su amigo.
Para Víctor, el tema de las piedras y las notas amenazadoras comenzaba a ser algo espeluznante y por ello le pedía una y otra vez a Juan disculpas por haberse burlado de todos ellos.
Se mostró además muy sorprendido ante la noticia del arresto de Daniel y de las pruebas tan claras que lo acusaban directamente, como la anestesia, la compra del móvil con su tarjeta y el hallazgo de Juan en su propia casa.
Víctor sintió un escalofrío al pensar que Dani había sido capaz de algo así y se lo hizo saber a Juan, que conmovido por la actitud de Víctor, le cogió la mano en un intento de tranquilizarlo, creando una situación extraña entre ambos amigos.

Jesús no tardó demasiado en subir a ver si seguía Víctor con su novio. Milagros no pudo retenerlo mucho en la cafetería, lo suficiente para tomarse un croissant y un café con leche.
Juan sonrió a su novio al verlo entrar y Víctor se incorporó mirando a Jesús con un gesto triste, como queriendo pedir perdón con la mirada.
Jesús le tendió la mano y le dio las gracias por haberse preocupado por ellos.
Víctor se despidió de ellos dejando en la mesilla el paquete envuelto con mucho cuidado.
Milagros contempló la escena desde el umbral de la puerta, mientras estaba atenta por si volvía la enfermera.
Todo era muy raro, Jesús notaba que su cabeza no podría resistir el dolor que se le avecinaba y decidió salir para buscar una pastilla.
A solas, Juan habló con su madre mientras que rompía aquel papel azul brillante del paquete de Víctor, mostrando una caja de bombones bastante caros.
Milagros le comentaba la buena impresión que le había dado ese Víctor mientras se llevaba un bombón de trufa a la boca, despertando una sonrisa en el rostro de su hijo.

En una sala de interrogatorios, enfrente de Daniel, Antonio Mansilla ojeaba los documentos que le había entregado Lerma mientras golpeaba la pata de la silla con su pierna derecha.
Lerma no andaba lejos de allí, concretamente detrás del espejo que cubría toda una parte de la sala. Miraba fijamente al chico intentando encontrar algún indicio de inocencia en su rostro. El abogado del muchacho era demasiado recto y serio para alguien tan joven, realmente no tenían pinta de llevarse muy bien.
Mansilla se dirigió a Daniel en un todo que daba miedo, parecía que en vez de defenderlo le acusaría de más delitos.
Aquel abogado familiar había resuelto casos de injurias, calumnias y difamaciones a la vez que casos de índole superior a lo que allí le acontecía.
La madre de Daniel ganó con Mansilla un juicio en el que se la acusaba de un supuesto delito con Hacienda y otro con un tema de una constructora que se había quedado con el dinero de la familia sin haber construido nada.
Daniel estaba al tanto de dichas victorias judiciales a favor de su familia, pero aun así Mansilla le parecía despiadado, desconfiado y rastrero.

“Mira muchacho, estoy aquí por que tu padre me lo ha pedido como un favor personal. Este caso, si se le puede llamar de alguna manera, me parece ridículo. Desde luego bajo mi punto de vista te lo has montado fatal, ya que has dejado demasiadas pistas torpes. Por suerte estás con el mejor. Yo le puedo dar la vuelta a las pistas, a las pruebas y a las acusaciones, hasta conseguir marear al mismísimo juez que lleve este caso. Creo firmemente que eres culpable. Pero saldrás absuelto y sin cargos, aunque no te lo mereces… muchacho…”.


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