sábado, 26 de febrero de 2011

CAPITULO 9

LEJOS DE LA CALMA

Había pasado casi una semana de aquel acontecimiento. La temperatura seguía siendo asfixiante y la tensión poco a poco perdía fuerza.
Era viernes por la tarde y el cansancio amortiguaba las preguntas y la confusión.
El pasado miércoles, Juan había salido del hospital con sus padres. Carlos, el marido de Milagros consiguió llegar a Madrid el lunes por la tarde para ver a su hijo, aunque se tuviera que volver en esa semana de nuevo.
Milagros preparaba un té para Noel, Jesús, Iñigo, Raúl, Víctor, Miguel y para su hijo. Su marido se había marchado hacía ya unas horas de nuevo a Palma de Mallorca para continuar con su trabajo.
Raúl miraba de reojo a Víctor, con una absoluta desconfianza. Estaba muy preocupado por la situación de Daniel. Admitía que Víctor había dado un giro radical en su actitud, y eso en el fondo le gustaba, pero no acertaba a adivinar, si por esa predisposición a ayudar pediría algo a cambio. Para Raúl él era un interesado y los favores nunca venían a cambio de nada.
Miguel, como siempre, aunque presente en el salón de Juan, estaba con la mente perdida, quizás pensando en lo que había cenado el día anterior o quizás dándole vueltas a la cabeza por los últimos acontecimientos. Él era así, distraído, pensativo y sobre todo, muy rarito.
Sobre la gran mesa del salón, donde en su día reposaban las piedras con las notas, el mejor juego de té de aquella casa presidía la tarde. Cada uno con su taza ya en la mano conversaba animadamente con el de al lado sin llegar a alcanzar una única conversación, hasta que un leve carraspeo unido a un tono grave de voz dejó la estancia en silencio.
Raúl, con gesto serio pidió disculpas a Milagros y dirigiéndose a los demás comentó:

“¿Alguien se está acordando de Daniel ahora mismo?”

En ese momento se creó un silencio aun más profundo que cuando había empezado a hablar, así que continuó diciendo:

“¿No? Pues es una verdadera pena ¿sabéis?, porque yo le echo de menos alrededor de esta mesa. Me hace falta su opinión, su risa, su compañía, su apoyo… Desde que salió bajo fianza el martes nadie le ha llamado, nadie se ha interesado por su estado de ánimo. Y por supuesto, nadie parece creer en su inocencia. Juan, Jesús, ¿Cómo sois capaces de pensar en su culpabilidad?
Para mi está más que claro que alguien le ha tendido una trampa para tener entretenido a todo el mundo. Yo le creo… y pienso seguir manteniendo esta postura porque es mi amigo. Estoy seguro que esto no va a acabar aquí.
Podéis seguir con vuestra animada charla, yo me voy a que me dé un poco el aire, aquí no hay quien respire.”

Pidiendo disculpas a Milagros, Raúl salió de la casa aguantándose las lágrimas, no solo echaba de menos a Daniel, sino la unidad del grupo de amigos, que fácilmente se quebrantaba.

En Aranjuez, Daniel paseaba por el jardín del chalet de sus padres. Era enorme, con varias figuras de enanitos dispersados por la hierba, ciervos hechos con madera tallada e infinidad de plantas y flores de todas las formas y tamaños posibles.
En su paseo, observaba como el jardinero de la familia mimaba los rosales, los podaba con cuidado y seleccionaba la mejor rosa para la matriarca de la familia.
Daniel no había querido volver a su piso de Ventas, por muchísimas razones, aunque eso hubiera significado regresar al lugar de donde salió corriendo hacía 3 años.
En el interior del chalet, Antonio Mansilla y los padres de Daniel ultimaban los últimos detalles de la defensa y se afanaban con diversas llamadas para averiguar si el juicio podía adelantarse para ahorrarse más quebraderos de cabeza.
La madre de Juan, como era previsible había presentado una demanda a Daniel en el que se le acusaba de amenazas, secuestro y agresión, tanto física como mental.
Daniel, con la cabeza al borde de la locura, se sentó en el césped de su jardín y rompió a llorar. Mantenía su inocencia, Lerma y Mansilla habían sido muy duros con él, aunque lo que más le dolía era la frialdad con la que le habían tratado sus padres.
Por desgracia, estaba incomunicado, no tenía móvil, ni ordenador y le habían prohibido usar el teléfono fijo de sus padres.
Daniel seguía buscando rostros en su memoria en un intento de encontrar el del agresor, pero solo encontró un vacío horrible, en el cual llevaba metido mucho tiempo.

En un parque cercano a la casa de Juan, Raúl miraba como jugaban los niños mientras estaba sentado en un banco. Reinaba una total tranquilidad entre los árboles, solamente alterada por las risas y los juegos de los niños.
Quería ayudar, pero no sabía como. Su amigo Daniel estaba solo, acusado de algo tan grave como el secuestro de un amigo y por otro lado estaba Juan, el secuestrado, víctima, según las pruebas, de Daniel.
La situación era desesperante. Daniel vivía con él y Juan había aparecido en su propia casa.
Cuando entró la piedra en el salón haciendo añicos el cristal de la puerta de la terraza, Daniel estaba en la casa, con lo cual, él no podía haber sido.
Según parece, esa coartada ya había sido usada ante Lerma, siendo la única prueba de inocencia de Daniel. Aunque se había llegado a comentar, que podía haber pagado a alguien para lanzar las piedras mientras estaba en la casa, para que no sospecharan nada de él en el futuro secuestro.
Raúl sabía que los padres de Daniel vivían en Aranjuez, así que se levantó del banco y se dirigió al coche rápidamente para ver y dar apoyo a su amigo.

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